1º Manifiesto del ayuntamiento constitucional de Donostia 7 enero 1814 (sinadurak moztuak):
1.- Manifiesto (7-1-1814) que el ayuntamiento constitucional, cabildo eclesiastico, ilustre consulado y vecinos de la ciudad de San Sebastián presentan a la nación sobre la conducta de las tropas britanicas y portuguesas en dicha plaza el 31 de Agosto de 1813 y días sucesivos”, San Sebastián 7 de enero de 1814. Historia de la reconstrucción de San Sebastián, Miguel Artola, 1963. Aparece la referencia al general Castaños y están cortadas del documento las firmas. (A. M. Sec E. Neg. 5, Ser. III, lib. 2, exp. 2). Página 77 dice textualmente:
“…Pero fue extraordinaria la tristeza de todos los habitantes cuando en el asalto del 25 de Julio fueron rechazados los aliados y vieron entrar prisioneros ingleses y portugueses (c). (Este ataque, se dice, fue prematuro, pero muy considerado para atribuir a los habitantes de San Sebastián de que habían tomado partido con los francese, para conéste y otros pretextos que urdieron cometiesen los excesos cometidos y premeditados de muy allá, como lo aseguraban los mismos ingleses y portugueses, de que San Sebastián había de ser arrasado y muertos todos sus habitantes, que así lo tenía mandado el Sr. Castaños).
1º Manifiesto 7 de enero de 1814.
“La ciudad de San Sebastián conocida en toda Europa y América por sus relaciones comerciales y tan distinguida en la monarquía española por los grandes servicios que en todos los tiempos ha prestado al Estado, por su fidelidad y amor a los soberanos legítimos y últimamente por su adhesión a la causa que actualmente sostiene la nación, no existe ya por haber siso destruída del modo másespantoso, no por los enemigos de la nación española, sino por sus propios aliados y amigos.
No hay ejemplar en la historia de catástrofe semejante, pues aunque los únicos que pueden compararse con la destrucción de San Sebastián son la Troya por los griegos y la Jerusalén por los romanos, no tienen la circunstancia casi increíble de haber causado la de San Sebastián los que se llaman amigos y aliados de una Nación a la que pertenecía esta ciudad desgraciada, digna por cierto de mejor suerte.
El 28 de junio (1813) aparecieron algunas partidas de los batallones de Guipúzcoa con su jefe D. Gaspar Jauregui (alias el Pastor) en el alto de San Bartolomé a cosa de las dos de la tarde y en seguida los demás batallones comandados por el señor Ugartemendia causando su vista una alegría inexplicable a todos los habitantes de la ciudad, y no bien empezaron a hacer fuego sobre la guardia que los franceses tenían en aquel monasterio, cuando inmediatamente éstos dieron fuego uno por uno a todos los edificios extramurales del barrio de San Martín y de Santa Catalina y dado principio a tomar otras disposiciones para la defensa de la plaza. Dicho día 28 y el 29 algunos vecinos huyeron de ella y cuando quisieron fugar (se) todos, se les prohibió por el general francés Rey, que pocos días antes vino a mandar la plaza y quedó dentro de ella la mayor parte del vecindario y todos sus caudales, alhajas, muebles y efectos de comercio y otros que tampoco permitió sacer ni aún antes lo permitían pues era un crimen tratar de extraerlos fuera de la ciudad.
Los batallones de Gupúzcoa y Vizcaya que vinieron al sitio de la plaza fueron relevados por tropas británicas y portuguesas de las divisiones que mandaba el teniente general Sir Thomas Grahan, y empezaron primero a batir con cañones al amonasterio de San Bartolomé donde pusieron una gran guardia avanzada los franceses y después de destruído, así el convento como la iglesis por su frontis, atacaron de firme y con bastante pérdida de una y otra parte, se apoderaron los aliados e inmediatamente formaron una nueva formidable batería en el camposanto, pegante a la huerta de aquel monasterio para batir a la muralla del frente, el particular el fuerte de entre el juego de pelota y la Zurriola.
En los arenales de San Francisco pusieron también otra batería de cañones y morteros u obuses para batir en brecha la muralla de la Zurriola, desde la casa de Lardizabal hasta dicho fuerte de la Zurriola y cuando se empezó a batir se notó que los aliados no tenían ningún miramiento por la ciudad, pues que disparaban granadas sobre los edificios de modo que el 25 de julio ardían dos calles. Se suspendió la prosecución del sitio por la entrada que hizo el general Soult en Navarra y durante esta suspensión pudo atajarse el fuego por los vecinos ayudados de los franceses mismos.
Los vecinos que se hallaban fuera de la ciudad, habiendo notado que las tropas aliadas no hacían el sitio como era de esperar de parte de los amigos y aliados, recurrieron el 4 de agosto al Excmo. Sr. Lord Wellington, duque de Ciudad Rodrigo por medio del memorial núm. 1 que dirigieron al cuartel general de Lesaca a manos del mariscal de campo de los ejércitos nacionales D. Miguel de Alava y mereció la contestación nº 2. A pesar de esta respuesta fueron en diputación a Lesaca D. José María de Leizaur y D. Joaquín Gregorio de Goycoa, vecinos de San Sebastián (que se hallaban fuera de ella) a representar al señor Alava lo mismo y de paso le indicaron un proyecto(a). (El proyecto indicado fue el plan que tenía dispuesto el comandante Ugartemendia, de ampararse (sic. por apoderarse) de la plaza de San Sebastián con solo los tres batallones de Guipúzcoa y los de Vizcaya sostenidos por loa aliados y lo hubiera verificado con muy poca pérdida de gente, desde el Castillo, pues amparándos de esta fortaleza ya la plaza estaba rendida; el sitio detrás del Castillo y el tiempo lo convidaban) para apoderarse del castillo al mismo tiempo que la plaza.
El señor Alava insistió en lo que dijo por escrito, repitiendo que el Lord era noticioso de los sentimientos patrióticos que animaban a los ciudadanos de San Sebastián en cuyo favor tenía expedidas las más estrechas órdenes y el mismo Señor Alava elogió altamente a la ciudad y la recomendó eficazmente al Exmo. Señor D. Manuel Freire que a la sazón se hallaba presente.
Los vecinos que se hallaban dentro de la plaza sufrían entretanto de parte de la guarnición francesa demandas extraordinarias con amenazas de muerte y llegaron a causar tantos recelos a los franceses que el 7 de julio fueron obligados a entregar las cuerdas, escaleras, picos, palas, azadones y toda remienta (sic. por herramienta de carpintería) y cuantas armas tuviesen en sus casas, pena de ejecución militar, como lo hicieron sin dejarles ni el espadín más inútil. No se les permitió tampoco pasar una diputación como pretendían al general sitiador a fin de que no tirasen granadas sobre los edificios (b) (Parece que así como hicieron sus recursos los comisionados y vecinos de San Sebastián que se hallaban fuera de la ciudad, sus habitantes también quisieron hacer sus ruegos a los sitiadores, mas los franceses no les permitieron). No obstantes los vecinos sufrían tantos trabajos con la esperanza de que verían pronto dentro de la plaza a los que llamaban sus libertadores y amigos.
Pero fue extraordinaria la tristeza de todos los habitantes cuando en el asalto del 25 de Julio fueron rechazados los aliados y vieron entrar prisioneros ingleses y portugueses (c). (Este ataque, se dice, fue prematuro, pero muy considerado para atribuir a los habitantes de San Sebastián de que habían tomado partido con los franceses, para con éste y otros pretextos que urdieron cometiesen los excesos cometidos y premeditados de muy allá, como lo aseguraban los mismos ingleses y portugueses, de que San Sebastián había de ser arrasado y muertos todos sus habitantes, que así lo tenía mandado el Sr. Castaños).
La ciudad al instante los socorrió con vino, chocolate camisas, camas y otros auxilios. Los heridos ingleses que fueron colocados en la parroquia de San Vicente eran cuidados por el doctor D. Luis de Gainza, párroco que era a la sazón, con tanto esmero que él mismo apoyados en los brazos los sacaba a orearse y pasear al atrio, recibiendo también iguales auxilios de parte del presbítero y beneficiado D. Joaquín Santiago de Larreandi los prisioneros que se pusieron en el local de la cárcel que era el colegio que fue de los ex-jesuítas. Además todos los habitantes según sus posibles socorrían con limosnas (pecuniarias, buen caldo y otras cosas (a) estos prisioneros y habiendo causado celos de los franceses esta asistencia y las visitas que se hacían a los tres oficiales prisioneros los pusieron también a éstos en dicha cárcel y después los subieron al Castillo (d). (Ya hubo un complot de hacer tomar las armas y ampararse en el Castillo en el ardor del ataque que diesesn los aliados, mas se presume fuese descubierto, pues la noche anterior al día del ataque los subieron al Castillo a los prisioneros). Podrán declarar esta verdad los oficiales y prisioneros ingleses y portugueses (e). (Los mismos aliados prisioneros intercedieron y defendieron a varios de los habitantes que los traían a mal andar, los otros aliados que entraron por asalto).
Después de haber rechazado a Soult, reforzaron las baterías del Arenal de San Francisco y San Bartolomé, aumentaron otras y también en Ulía, Santa Catalina y Santa Clara hicieron varios caminos cubiertos desde Amara y Misericordia hasta muy cerca de los fosos a medio tiro de pistola, por la parte de hacia San Martín y hasta la Zurriola por la de Santa Catalina. Contenían todas la baterías cerca de 80 cañones de grueso calibre incluso 3 ó 4 morteros y otros tantos obuses, con los que batieron la muralla principal y cubo para hacer perder sus fuegos como lo consiguieron en la mayor parte; por la parte de Ulía y arenales batían las murallas de la Zurriola, bastión de hacia el juego de pelota, mirador y Castillo, donde conseguían de vez en cuando prender algunos repuestos de pólvora y también una casita de pólvora, desmoronaron pues la muralla de hacia la Zurriola, incluso el bastión de hacia el juego de pelota, mas no abrieron brecha en medio de tanta bala crecidad con que sacudían la muralla, causando bastante daño en los edificioa de la calle San Juan, Atocha, Lorencio, Vildosola y aún la Zurriola hast la casa de Izquierdo exclusive, que existe tras la sacristía de San Vicente, de modo que hasta el segundo asalto, que fue el día 31 de agosto, se contaban por aquella parte 63 casas quemadas y destruídas las más de ellas por el fuego de las baterías de los aliados, pues algunas pocas la quemaron o destruyeron los franceses para poner en descubierto la Brecha y hacer paredones y otros embarazos de defensa como lo hicieron frente a ella para oponerse el día del asalto.
Legó por fin el día 31 de agosto, día deseado por los habitantes de San Sebastián, pero fatal y desgraciado por los horrores que experimentaron de parte de sus amigos y aliados (f) (Es de advertir que este día 25 y el 31 de agosto fueron intimados, a son de caja y voz de pregón, los habitantes para que se mantuvieran dentro de sus casas a puertas y ventanas cerradas. ¿Y cómo pudieron los habitantes ir a la Brecha contra los aliados, que con tanta ansia los deseaban ver dentro de la plaza como a sus redentores?). La plaza fue asaltada por la parte de Zurriola (figurado también un desembarco por detrás del Castillo a cuyo fin en unas 60 ó 70 lanchas vino la tropa inglesa, a tiro de cañon de ella, con 3 cañoneras y 2 bombarderas que contribuyeron por parte de la Zurriola con sus fuegos) a las 11 de la mañana.
Los capituladores y vecinos notables que existían en la plaza se hallaban congregados en las salas consistoriales para salir al encuentro de los aliados, despreciando el peligro de tanta bala, granada y bomba que cruzaba por las calles y casas de ella y todos sus habitantes dentro de las mismas estaban orando, cual Moisés en el monte, por el feliz resultado de nuestras armas. (Desde las 11 hasta la 1 estuvo indecisa la suerte porque los aliados tenían que trepar mucho la muralla desmoronada y hallaban formidable resistencia en los franceses que defendían aquella parte, hasta que a éstos les prendió fuego el repuesto de granadas que tenían en la muralla y acabó con muchos, en particular con los que venían con repuestos de cartuchos y otros incendiarios y creyendo en aquel acaloramiento que sería alguna mina que prendía se trstornaron y fugaron y dejaron expedita la entrada por aquella parte a los aliados quienes perdieron más de 2.000 hombres en la jarana.
Un batallón portugués mientras el fuego, pasó toda la Zurriola en agua hasta medio cuerpo y penetró por la Brecha o abertura que tenían conseguida las baterías del arenal de San Francisco al par del callejón de entre el convento de San Telmo y herrería de Zornoza y entró en la plaza. Mientras el asalto jugaban todas las baterías con bala, metralla, bombas y granadas, como también desde la Zurriola las tres cañoneras y dos bombarderas).
No bien sintieron tiros dentro de las calles, ven correr a los franceses y que en su seguimiento entraban los ingleses y portugueses y aunque los más prudentes se mantuvieron dentro de sus casas, cerradas las ventanas, la mayor parte de los habitantes no pudieron contener la efusión de sus corazón se asomaron a balcones y ventanas, unos gritando a los aliados para que avanzasen con toda seguridad, pues que se habían huído los franceses hacia el Castillo (g) (porque los franceses en todas las bocacalles tenían trincheras y zanjas y en el cementerio de Santa María colocados dos cañones, uno hacia la calle Mayor y otro a la de Trinidad con los que hicieron poca resistencia y temían sin duda los aliados encontrar alguna más resistencia en las calles y cada vez que llegaban a las esquinas acechaban y los animaban los habitantes con la ya dicha noticia), otros con pañuelos que tremolaban y voces desconcertadas que daban de gozo, vitoreando a los aliados.
Mas éstos olvidándose de perseguir a los franceses, de la disciplina militar y de que venían en clase de amigos y aliados, conviertieron las armas contra los generosos habitantes y fueron muchos de ellos víctimas de aquella gozosa demostración, tales fueron el anciano y respetable presvítero y beneficiado jubilado D. Domingo Goicoechea y otras muchísimas personas de ambos sexos.
Al instante que penetraron en la plaza y antes de desocuparla los franceses, empezaron los aliados a forzar puertas y saquear las casas como lo verificaron y a sacar luego lo mejor que encontraban fuera de las puertas, hacia los caseríos y convento del Antiguo.
Luego que se presentó una columna de los aliados en la plaza Nueva, bajaron a la Sala Consistorial los alcaldes, abrazaron al comandante y le ofrecieron cuantos auxilios estaban en sus manos. Preguntaron por el general y pasaron inmediatamente para la Brecha por entre cadáveres, pero antes de llegar a la Brecha y averiguar dónde se hallaba el general, fue insultado y amenazado con sable por el capitán inglés de la guardia de la puerta de Tierra uno de los alcaldes, quienes luego fueron bien recibidos por el general que estaba en la Brecha y les dio una guardia respetable para la Casa Consistorial, pero al mismo tiempo -como se ha dicho- se entregó la tropa al saqueo y a los mayores horrores y atrocidades.
Al caer la noche, cuando se creyó que por hallarse el enemigo aún al pie del castillo en el extremo de la ciudad, se contendría al soldado por su propia seguridad y por no perder el fruto del asalto (h) (tengo oído a los que existieron dentro de la plaza que el jefe del estado mayor francés en vista del desorden de los ingleses, quiso bajar del Castillo a castigarles con 1.000 hombres y que hubiera recuperado la plaza a no haberle embarazado el general Rey y otros jefes, pretextando hallarse demasiado fatigada la tropa francesa. Si se hubiera verificado la idea de aquel jefe ¿en qué palestra se hubieran visto los habitantes de San Sebastán?).
Se notó que se aumentaba espantosamente el desorden; horrorizaban los ayes y alaridos de las mujeres y niñas de tierna edad que eran violadas; las mujeres eran forzadas delante de sus maridos y las hijas a los ojos de sus padres; no hubo persona que no fuese maltratada o muerta, sin que nadie pueda dar razón cuántos y quiénes fueron los que experimentaron esta última suerte, porque se encontraron familias enteras muertas dentro de sus propias casas, otras ya en los tránsitos o puertas de casa, otras en las calles, las enfermas o imposibilitadas o heridas perecieron por falta de auxilio en los incendios de las casas (i).
(En una posada de Hernani me contó su patrón que un brigadero (sic) portugués joven entró el día 1º de septiembre en una casa de la ciudad y encontró dentro conco mujeres muertas y en medio de ellas una criatura viva, que compadecido agarró a la criatura, la envolvió en un trapo y la sacó fuera de la ciudad, entregando a una mujer que le encontró y que después de vuelto a la ciudad se encontró con una mujer vieja imposibilitada y la sacó fuera al hombro).
Se vieron por las calles muchos vecinos en cueros y en camisa, despojados de sus vestidos huyendo de la muerte que les querían dar los soldados, porque éstos en tropel entraban en las casas y les intimidaban diciendo: dinero o te mato.Daban a ellos lo que tenían entre manos o les quitaban por fuerza dinero, relojes, hebillas, pendientes y colgajos de cuello con violencia hasta romper la parte baja de las orejas de donde les colgaban y otras alhajas y ropa que encontraban.
Salían unos soldados y volvían a hacer igual operación y tornaban otros y otros, de modo que por no tener para todos experimentaban todas las vejaciones ya dichas, teniéndose por feliz el que escapaba con vida de sus manos. Muchas personas y especialmente mujeres de todas clases, salvaron sus vidas metiéndose en los comunes y demás escondrijos de las casas, otros huyendo a los tejados en donde pasaron la noche que hacían más horrorosa los continuos espesos aguaceros que cayeron desde el anochecer y el lúgubre resplandor de las llamas a que fue entragada la ciudad por varias partes, dando principio por la casa de la viuda de Soto, que era una de las cuatro esquinas de la calle Mayor.
No se oían aquella noche más que lamentos, gritos y tiros de fusil que disparaban los soldados dentro de las casas a los infelices habitantes (y). (A una mujer viudad que auxiliaba a morir (y murió) a su madre, a resultas de las heridas que le dieron, por salir a defender aq aquella su hija, experimentó sobre la misma madre difunta su violación, a otras después de violarlas las mataron. A otra se le vió muerta en cueros y amarrada a una barrica a las cuatro esquinas del arco de San Jerónimo atravesada uan bayoneta por la matadura, cuyos tristes alaridos antes de expirar estremecían hasta el cielo, ya este tenor otras mil maldades).
Amaneció el día 1º de septiembre y aún seguían los horrores y el incendio, de modo que despavoridos los habitantes se presentaron al general y alcaldes para que les permitiesen su salida, salieron pues cuantos pudieron de la ciudad y presentaba la vsita de ellos el espectáculo más triste y espantoso; allí se veían personas acaudaladas, señoritas delicadas medio desnudas, otras en camisa y muchas heridas. Uno de los alcaldes pidió al general auxilio para cortar el fuego y habiéndole dado una partida de portugueses se excusaron a trabajar a pretexto de no tener útiles y herramientas. Al anochecer se hizo otra tentativa al mismo efecto, lo mismo al siguiente dia 2 por la mañana en que una partida de portugueses trabajó también en apagar el incendio algunas horas, pero la abandonaron a cosa de las 9 de la mañana. Desde entonces no se cuidó el incendio, que fue en aumento sin que disparasen un tiro los franceses del Castillo. El saqueo siguió no sólo por las tropas que entraron por asalto, sino por otras muchas que sin fusiles bajaron de los campamentos inmediatos desde Astigarraga, que dista una legua y aún por los empleados en las brigadas que venían con sus mulas a cargarlas de efectos (j).
(Hay quienes vieron repartir lo robado en la casería de Ayete donde estaba alojado el general Grahan y también en otras casas de dentro y fuera de la ciudad dar sus partijas (sic, por particiones?) de dinero y a escoger las mejores alhajas y efectos a los oficiales por sus sirvientes y criados.
Aún las tripulaciones de los transportes ingleses surtos en el puerto de Pasajes entraron a saquear y duró el saqueo haste que hubo efectos que robar, que fue el 7 de septiembre, de modo que duró 7 y 1/2 días. Los vecinos que querían entrar a sacar algunos efectos lograron muy pocos y con grandes recomendaciones el poder entrar en la plaza ya al tiempo de sacar algunos, parte de sus efectos eran robados en las inmediaciones por ingleses y portugueses y estos mismos insultos experimentaban los habitantes emigrados que se acercaban al camino real de San Bartolomé a ver y socorre (a) sus deudos o amigos que salían de la plaza y también los mismos compradores de efectos saqueados, pues andaban a bandadas los soldados robando, sin que hubiese una patrulla que los contuviese.
El pueblo quedó sólo y abandonado por todos, o la mayor parte de los habitantes desde el día 2 y se vió poner fuego de intento a varias casas con cartuchos y mixtos a ingleses y portugueses. De 595 casas que se componía esta ciudad, casi toda de tres altos y entre ellos muchos edificios suntuosísimos, y muchos almacenes llenos de preciosos efectos y mercaderías, la hermosa plaza Nueva y magnífica casa Consistorial con el antiguo y precioso archivo, todas han perecido menos unas 30 casas y las dos parroquias en la cera de la calle de la Trinidad al pie del Castillo y algunas que están pegante a la muralla en la plaza Vieja. Todos los registros, escrituras de las diez numerías, los más de los archivos particulares, papeles y libros de comercio, los libros parroquiales de las dos parroquias se hallan reducidos a cenizas, de modo que no hay ejemplar en la historia de destrucción mas horrorosa y de más fatales consecuencias de que se resentirá la posteridad y muchas plazas de Europa.
No bajará de cien millones de reales lo que se ha perdido en propiedades caudales y efectos. Mil quinientas familias se hallan reducidas a la mendicidad, sin abrigo, sin patria, sin haber dónde establecerse y adónde volver los ojos (k). (Era la cosa más dolorosa ver salir a los infelices habitantes de la ciudad que salieron con vida desde el día 1º de septiembre en adelante. Raro era el que salía sin lesión; unos heridos, otros golpeados y estropeados y todos casi desnudos, en pernetas y en particular el sexo femenino, cubiertos sus pechos con andrajos de cocina, sevilletas y pañuelosu otras piezas sucias y muchas con ropa ajena. Se acogieron muchas gentes en caseríos y pueblos comarcanos y aún lejanos, la pasión de ánimo les trajo así a ellos como a los que se escaparon antes del sitio enfermedades agudas y muchas tercianas, de modo que después de la toma de la plaza se contaban sólo en la parroquia del Antiguo ocho a diez cadáveres diariamente y a este tenor en Loyola, Alza, Pasajes, Rentería, Hernani y otros pueblos hasta Tolosa, de manera que cuando llevaban a enterrar era sabido que eran de San Sebastián.
Por la misericordia de Dios, no tenemos aquí dentro esta plaga aunque alguna gente pobre y nuestros voluntarios caen enfermos, éstos más por su desnudez, poco alimento y mucha fatiga e inclemencia que por otra cosa: todo esto hasta hoy 7 de enero de 1814 en que concluyo este papel).
Todo cuanto se ha expuesto y otras particularidades horrorosas que por la dispersión de los vecinos no se estampan por ahora, son públicos y notorios y ya justificado (1). (El Ayuntamiento de esta ciudad a instancia de su síndico pidió ante el Sr. Juez de primera instancia de esta provincia la justificación de todo y dicho Juez libró despachos para las justicias de esta ciudad, Pasajes, rentería, Zarauz, Orio y Tolosa y habiendo recibido declaraciones hasta de unas 70 o más personas llegó una orden de la Regencia al jefe político de la misma provincia para que con justificación le informase de las ocurrencias de San Sebastián al tiempo del asalto y días sucesivos, el juez político comisionó al Dr. Gamor (Gamón?) de rentería, vino aquí con escribano de Andoain, y recibió hasta 15 deposiciones de testigos muy bien, se enfermó y retiró a casa y ahora unos seis días llegó orden de la Regencia al mismo jefe político para que enviase la justificación y por el último correo se ha enviado el original y con este motivo lo ha hecho lo mismo este Ayuntamiento con una representación enérgica (en lo sustancial según este mi papel) por mano del mismo jefe político que ha ofrecido apoyarlo).
Si todos estos excesos se hubieran cometido a luego del asalto, mientras duraba la ira y el ardor del soldado, no chocarían tanto, pero que se hayan efectuado a sangre fría y en una ciudad amiga en 7 días continuos, después que el soldado depuso la ferocidad consiguiente al asalto sin haber puesto remedio alguno los jefes, es lo que no tiene ejemplar en la historia y lo más irritantes, atroz y horroroso.
¿Y con qué pueblo se han efectuado estos horrores? Con una ciudad antigua, fecunda en varones esclarecidos, que por la carrera de las letras y las armas han hecho distinguidos servicios al Estado la que vivificaba toda la industria y comercio del país, la que desconcertó al rey intruso y sus ministros cuando entre bayonetas francesas los despreció en 8 de julio de 1808, al tiempo que se presentó dentro de su recinto abandonando aquel día el pueblo los más de los vecinos y habiendo cerrado los que se quedaron las ventanas de sus casas por no verle, de modo que esta demostración de fidelidad a su legítimo soberano causó la mayor admiración a los de la comitiva de José y a muchos americanos que escribieron una relación de este golpe de heroísmo que sorprendió al mismo José quien manifestó a uno de los alcaldes la viva impresión que le había causado (m). (Fuí testigo de vista de este recibimiento de José a su llegada a la plaza con aparato de majestad. Estaba en una de las casas de la plaza Nueva entre vidrieras (pues todas estaban cerradas y sin gentes en los balcones). La calle de la Esnateguía, por donde hizo su entrada estaba de colgaduras, porque el magistrado de orden del general Thouvenot mandó por público pregón y que a la noche se iluminase la ciudad.
Pero ¿qué colgaduras y qué iluminación se puso? Me salta la risa cuando me acuerdo. Excepto en alguna casa que otra, de habitantes francese, todo eran cortinas viejas apolilladas y perdido el color y alfombras que se echan a los pies; cuando pocos días antes para el recibimiento del infantico (sic) Carlos nose veía sino los más precioso que tenían los habitantes; la iluminación era de algunas velas de sebo, cerillas en las puntas de palos blancos a modo de hachas de cera, velitas de resina que llaman chiribitas y aún candiles encendidos de modo que al día siguiente algunos cabezas de familia fueron llamados por el Corregidor y les reprendió.
La plaza es cierto estuvo iluminada en la forma acostumbrada, pero aunque el tamboril anduvo en la plaza no hubo concurrencia ni siquiera una niña (que es de admirar con la afición que tienen) se vio bailar. Y el tamboril avergonzado se retiró de la plaza antes de las diez de la noche sin que ninguno de los magistrados le mandase. De lo que y demás demostraciones observadas y vistas por los ministros Azanza, Urquijo y otros y por el general Thouvenot (que días antes había asistido al recibimiento del infante tan placentero y loco de este pueblo) pateaban y echaban casi espuma por la boca diciéndoles mil desatinos a los alcaldes y demás empleados. Y José después que les manifestó sus sentimientos desahogándose con uno de los alcaldes le dijo por último, por los habitantes; un error no es delito, otra vez que vuelva a esta ciudad me recibirán mejor. Pero no ha llegado este caso. Aquella tarde paseó por el muelle y las mujeres de ella para cuando llegó a él se pusieron con las espaldas y al pasar José hacia Cay de arriba decían unas a otras repetidas veces en sus idioma vascongado, “guc ez degu nai au; bost eta bi beardeguque”. Este es a Fernando VII que son 5 y 2.
Subió después al Castillo el José y dando vueltas por hacia San telmo se fue a la casa de Ayuntamiento donde comió con algunos de los suyos, ninguno de los capitulares le acompañó, cuando con el infante todo fue unión y placer. Quiso José (no sabe si por influjo de algún ministro que será lo más cierto) manifestar que guardaba religión y como era el siguiente día festivo, se dispuso misa rezada para que la oyese. En efecto fue con la comitiva a Santa María, el cabildo eclesiástico le recibió (no podía menos porque así le mandaron) bajo palio, canyando el “Veni Creator”, se le tenía preparado junto al altar Mayor el alado del evangelio su asiento o trono, se colocó en él y yo frente por frente hacia la sacristía. Concurrió a la novedad mucho pueblo y todo quedó escandalizado, porque no le vieron persignar, ni supo cuando arrodillarse, ni ejecutar las ceremonias que hacemos durante la misa y si antes despreciaron al tiempo del recibimiento, no les causó menor sensación lo que observaron en él en la iglesia y a boca llena se decían en vascuence unos a otros; este es judío.
Salió pues de la iglesia con la misma solemnidad con que entró y luego prepararon los coches y caballería de su guardia y salió con la misma frescura de parte del pueblo que cuando entró.
Existían todavía en San Sebastián varios cuerpos y oficiales españoles que después se escurrieron hacia Bilbao, Santander y otros puntos por huir de los franceses y no tuvieron lengua para ponderar la fidelidad de los habitantes de San Sebastián manifestado tan a banderas desplegadas cotejado el recibimiento del infante con el de José. Igual sensación causó a muchos capitantes, pilotos y comerciantes americanos que con sus barcos existían en este puerto y en los Pasajes pues asistieron a ambas escenas). Con una ciudad que ha sido oprimida en 5 años por los franceses con extraordinarias contribuciones, prisiones y deportaciones a Francia de muchos de sus vecinos eclesiásticos y seglares, por sus sentimientos patrióticos y por sus adhesión a la gloriosa causa de la nación, con una ciudad donde en 5 años no ha podido introducirse un oficial francés en ninguna sociedad ni casa decente (N). (Una hija de San Sebastián no se ha casado con un francés, solamente la hija de Ferrer cuando enviudó se casó con un cirujano del hospital pero era de alguna de las provincia de la Cionfederación del Rhin).
Con una ciudad que aún durante el sitio ha manifestado la heroica fidelidad a la causa de la nación, negándose a los trabajos del sitio, en términos que por esta falta fueron empleados los prisioneros ingleses y portugueses cogidos el 25 de julio y suministrando socorros a estos prisioneros, así el Ayuntamiento como los particulares y aún señoritas que a porfía pasaban al hospital con camisas e hilas a curar los oficiales ingleses y luego estas mismas y otras fueron violadas, atropelladas, robadas, heridas y algunas muertas, saqueados todos los habitantes, quemadas sus casas al mismo tiempo que se veía ¡qué dolor! -dar cuartel al francés cogido en el acto del asalto con las armas en la mano y era recibido con los brazos abiertos y con otras demostraciones de amistad y benevolencia que chocan mucho más comparándolas con las atrocidades efectuadas con los vecinos, aún los más notables, como el primer alcalde que fue maltratado extraordinariamente y obligado a enseñar casas para ser saqueadas y su hijo despojado de su camisa interior, como también uno de los párrocos (el Dr. Gainza) que fue puesto en cueros, sin contar otros infinitos”.
Aquí el papel aparece cortado.
(A. M. Sec. E, Neg. 5, Ser. III, lib. 2, exp. 2).
Historia de la reconstrucción de San Sebastián, Miguel Artola, 1963. (Pág. 77)
Historia de San Sebastian. Miguel Artola. Año 2000.
http://books.google.es/books?id=3FpqJXJQRsoC&printsec=frontcover#v=onepage&q&f=false
¿Quién destruyó San Sebastian? Juan Bautista Olaechea. 1973. Página 80:
2º MANIFIESTO (16-1-1814) QUE EL AYUNTAMIENTO CONSTITUCIONAL, CABILDO ECLESIASTICO, ILUSTRE CONSULADO Y VECINOS DE LA CIUDAD DE SAN SEBASTIAN, PRESENTARON A LA NACION, SOBRE LA CONDUCTA DE LAS TROPAS BRITANICAS Y PORTUGUESAS EN DICHA PLAZA, EL 31 DE AGOSTO DE 1813 Y DIAS. SIGUIENTES.
La ciudad de San Sebastián ha sido abrasada por las tropas aijadas que la sitiaron, despues de haber sufrido sus habitantes un saqueo horroroso y el tratamiento más atroz de que hay memoria en la Europa civilizada. He aqui la relación sencilla y fiel de este espantoso suceso:
Después de cinco años de opresión y de calamidades, los desgraciados habitantes de esta infeliz ciudad, aguardaban ansiosos el momento de su libertad y bienestar, que lo creyeron tan próximo como seguro, cuando en 28 de Junio último vieron con inexplicable júbilo aparecer en el alto de San Bartolomé los tres batallones de Guipúzcoa al mando del coronel D. Juan José de Ugartemendía. Aquel dia y el siguiente salieron apresurados muchos vecinos; ya con el anhelo de abrazar a sus libertadores, ya también para huir de los peligros a que les exponia un sitio, que hacian inevitables las disposiciones de defensa que vieron tomar a los franceses, quienes empezaron a quemar los barrios extramurales de Santa Catalina y San Martín. Aunque el encendido patriotismo de los habitantes de la ciudad les persuadía, que en breves días serían dueños de ella los aliados, sin embargo iban a dejarla casi desierta; pero el general francés Rey, que la mandaba, les prohibió la salida, y la mayor parte del vecindario con todos sus muebles y efectos (que tampoco se les permitieron sacar) hubo de quedar encerrado.
Los días de aflicción y llanto que pasaron estas ínfelíces familias desde que el bloqueo de la plaza se convirtió en asedio con la aproximacíón de las tropas inglesas y portuguesas que al mando del teniente general Sir Thomas Oraham relevaron a las españolas, no es necesario explicarlos. Solo pudieron hallar algunas treguas a su dolor en procurar auxilios a los prisioneros ingleses y portugueses. La ciudad los socorrió al instante con vino, chocolate, camisas, camas y otros efectos. Los heridos fueron colocados en la parroquia de San Vicente y socorridos por su párroco.
Era entre tanto mayor el cúmulo de males, pues desde el 23 de julio hasta el 29 se quemaron y destruyeron por las baterías de los aliados 63 casas en el barrio cercano a la brecha; pero este fuego se cortó y extinguió enteramente el 27 de julio por las activas disposiciones del ayuntamiento, y no hubo después fuego alguno en el cuerpo de la ciudad hasta la tardeada del 31 de Agosto, después que entraron los aliados.
Llegó por fin dicho día 31, día que se creyó debía ponerles término, y por lo tanto deseado como el de su salvación por los habitantes de San Sebastián.
Se arrecia el tiroteo; se ven correr los enemigos azorados á la brecha: todo indica un asalto; por cuyo feliz resultado se dirigían al Altísimo las más fervorosas oraciones. Son escuchados estos ruegos; vencen las armas aliadas, y ya se sienten los tiros dentro de las mismas calles.
Huyen los franceses despavoridos arrojados de la brecha sin hacer casi resistencia en las calles; corren al castillo en el mayor desorden, y triunfa la buena causa, siendo dueños los aliados de toda la ciudad a las dos y media de la tarde.
El patriotismo de los leales habitantes de San Sebastián, comprimido largo tiempo por la severidad enemiga, prorrumpe en vivas, vitores y voces de alegría y no sabe contenerse.
Los pañuelos que se tremolaban en ventanas y balcones, al propio tiempo que se asomaban las gentes a solenmizar el triunfo eran claras muestras del afecto con que se recibía a los aliados: pero insensibles estos a tan tiernas y decididas demostraciones corresponden con fusilazos a las mismas ventanas y balcones de donde les gritaban, y en que perecieron muchos, victimas de su amor a la patria. ¡Terrible presagio de lo que iba a suceder!
Desde las 11 de la mañana, a cuya hora se dió el asalto, se hallaban congregados en la sala Consistorial los capitulares y vecinos mas distinguidos con el intento de salir al encuentro de los aliados. Apenas se presentó una columna suya en la plaza nueva, cuando bajaron apresurados los alcaldes, abrazaron al comandante, y le ofrecieron cuantos auxilios se hallaban a su disposición.
Preguntaron por el general, y fueron inmediatamente a buscarle a la brecha caminando por medio de cadáveres; pero antes de llegar a ella y averiguar en donde se hallaba el general, fué insultado y amenazado con el sable por el capitán inglés de la guardia de la puerta, uno de los alcaldes.
En fin, pasaron ambos a la brecha y encontraron en ella al mayor General Hay, por quien fueron bien recibidos, y aun les dió una guardia respetable para la casa consistorial, de lo que quedaron muy reconocidos.
Pero poco aprovechó esto; pues no impidió que la tropa se entregase al saqueo mas completo y a las mas horrorosas atrocidades, al propio tiempo que se vió no solo dar cuartel, sino también recibir con demostraciones de benevolencia a los franceses cogidos con las armas en la mano.
Ya los demás se habían retirado al castillo, contiguo a la ciudad; ya no se trataba de perseguirlos ni de hacerles fuego: y ya los infelices habitantes fueron el objeto exclusivo delfuror del soldado.
Queda antes indicada la barbarie de corresponder con fusilazos a los victores, ya este preludio fueron consiguientes otros muchos actos de horror, cuya sola memoria extremece.
¡Oh día desventurado! ¡Oh noche cruel en todo semejante a aquella en que Troya fué abrasada! Se descuidaron hasta las precauciones que al parecer exigían la prudencia y arte militar en una plaza a cuya extremidad se hallaban los enemigos al pié del castillo, para entregarse a excesos inauditos, que repugna describirlos a pluma.
El saqueo, el asesinato, la violación, llegaron a un término increible, y el fuego que por primera vez se descubrió hacia el anochecer, horas despues que los franceses sé habían retirado al castillo, vino a poner el complemento a estas escenas de horror. Resonaban por todas partes los ayes lastimosos, los penetrantes alaridos de mujeres de todas edades que eran violadas sin exceptuar ni la tierna niñez, ni la respetable ancianidad.
Las esposas eran forzadas a la vista de sus afligidos maridos, las hijas a los ojos de sus desgraciados padres y madres; hubo algunas que se podían creer libres de este insulto por su edad, y que sin embargo fueron el ludibrio del desenfreno de los soldados.
Una desgraciada joven ve a su madre muerta violentamente y sobre aquel amado cadáver sufre ¡increible exceso! los lúbricos insultos de una vestida fiera en figura humana.
Otra desgraciada muchacha cuyos lastimosos gritos se sintieron hacia la madrugada del 1° de Septiembre en la esquina de la calle de San Geronimo, fué vista cuando rayó el día rodeada de soldados, muerta; atada a una barrica, enteramente desnuda, ensangrentada y… (suprimimos el resto del relato por respeto a nuestros lectores).
En fin, nada de cuanto la imaginación pueda sugerir de más horrendo, dejó de practicarse. Corramos el velo a este lamentable cuadro, pero se nos presenta otro no menos espantoso.
Veremos urna porción de ciudadanos no solo inocentes, sino aun beneméritos, muertos violentamente por aquellas mismas manos que no solo perdonaron, sino que abrazaron a los comunes enemigos cogidos con las armas en las suyas.
Don Domingo de Goicoechea, eclesiástico anciano y respetable, D. Javier de Artola, D. José Miguel de Mayora, y otras muchas personas que por evitar prolijidad no se nombran, fueron asesinadas. El infeliz José de Larrañaga, que despues de haber sido robado quena salvar su vida y la de su hijo de tierna edad que llevaba en sus brazos, fué muerto teniendo en ellos a este niño infeliz; y a resultas de los golpes, heridas y sustos mueren diariamente infinidad de personas, y entre ellas el presbitero beneficiado D. José de Mayora, D. José Ignacio de Aspide y D. felipe Ventuta de Moro. Si dirigimos nuestras miradas a las personas que han sobrevivido a sus heridas, o que las han tenido leves, se presentará a nuestros ojos un grandisimo número de ellas.
Tales son el tesorero de la ciudad D. Pedro Ignacio de Olañeta, don Pedro José de Beldarrain, D. Oabriel de Bigas, D. Angel Llanos y otros muchos.
A los que no fueron muertos ni heridos no les faltó que padecer de mil maneras. Sujetos hubo, y entre ellos eclesiásticos respetables, que fueron despojados de toda la ropa que tenían puesta, sin excepción ni siquiera de la camisa.
En aquella noche de horror se veian correr’despavoridos por las calles muchos habitantes huyendo de la muerte con que les amenazaban los soldados. Desnudos enteramente unos, con sola la camisa otros, ofrecian el espectáculo más misero y hacian tener por feliz la suerte de algunas personas (sobre todo del sexo femenino) que ya subiéndose a los tejados o ya encenagándose en las cloacas hallaban un momentáneo asilo, ¿Cuál podria ser este, cuando unos continuos y copiosos aguaceros vinieron a aumentar las desdichas de estas gentes, y cuando ardió la ciudad, habiéndola pegado fuego los aliados por la casa de Soto en la calle Mayor, casi en el centro de la población en un parage en que ya no podia conducir a ningún suceso militar?
¿Cuántas otras casas fueron incendiadas igualmente por los mismos?
Solo este complemento de desdichas y de sastres faltaba a los habitantes de San Sebastián, que ya saqueados, privados aun de la ropa puesta, los que menos maltratados, otros mal heridos y algunos muertos, se creia haber apurado el cáliz de los tormentos.
En esta noche infernal, en que a la obscuridad protectora de los crímenes, a los aguaceros que el cielo descargaba y al lúgubre resplandor de las llamas, se añadía cuanto los hombres en su perversidad puedan imaginar de más diabólico, se oian tiros dentro de las mismas casas, haciendo unas funestas interrupciones a los lamentos que por todas partes llenaban el aire.
Vino la aurora del primero de Septiembre a iluminar esta funesta escena, y los habitantes, aunque aterrados y semivivos, pudieron presentarse al general y alcaldes suplicando les permitiese la salida.
Lograda esta licencia huyeron casi cuantos se hallaban en disposición; pero en tal abatimiento y en tan extrañas figuras, que arrancaron lágrimas de compasión de cuantos vieron tan triste espectáculo.
Personas acaudaladas que habían perdido todos sus haberes, no pudieron salvar ni sus calzones; señoritas delicadas, medio desnudas, o en camisa o heridas y maltrechas; en fin, gentes de todas clases que experimentaron cuantos males son imaginables, salían de esta infelíz ciudad que estaba ardiendo, sin que los carpinteros que se empeñaron en apagar el fuego de algunas casas, pudiesen lograr su intento; pues en lugar de ser escoltados como se mandó a instancias de los alcaldes, fueron maltratados, obligados a enseñar casas en que robar, y forzados a huir.
Entre tanto se iba propagando el incendio y aunque los franceses no disparaban al cuerpo de la plaza ni un solo tiro desde el castillo, no se cuidó de atajarlo, antes bien se notaron en los soldados muestras de placer y alegría, pues hubo quienes despues de haber incendiado a las tres de la madrugada del 1° de Septiembre una casa de la calle Mayor, bailaron a la luz de las llamas.
Mientras la ciudad ardia por varias partes, todas aquellas casas a que no llegaban las llamas, sufrían un saqueo total.
No solo saqueaban las tropas que entraron por asalto, no solo las que sin fusiles vinieron del campamento de Astigarraga, distante una legua, sino que los empleados en las brigadas acudían con sus mulos a cargarlos de efectos, y aun tripulaciones de transportes ingleses, surtos en el puerto de Pasajes, tuvíeron parte en la rapiña, durando este desorden varios días despues del asalto, sin que se hubiese visto ninguna providencia para impedirlo, ni para contener a los soldados, que con la mayor impiedad, inhumanidad y barbarie robaban o despojaban fuera de la plaza hasta de sus vestiduras a los ha bitantes que huian despavoridos de ella; lo que al parecer comprueba que estos excesos los autorizaban los jefes, siendo también de notarse que los efectos robados o saqueados dentro de la ciudad y a las avanzadas, se vendian poniéndolos de manifiesto al público a la vista e inmediaciones del mismo cuartel general del ejército sitiador por ingleses y portugueses.
Uno de esta última nación traia de venta el copón de la parroquia de San Vicente que encerraba muchas fortunas consagradas, sin que se sepa que paradero tuvo su preciosísimo contenido.
La plata del servicio de la parroquia de Santa María, que se hallaba guardada en un parage secreto de la bóveda de la misma, fué vendida por los portugueses despues de la rendición del castillo.
Cuando se creyó concluida la expoliación, pareció demasiado lento el progreso de las llamas, y además de los medios ordinarios para pegar fuego que antes practicaron los aliados, hicieron uso de unos mixtos que se habian visto preparar en la calle de Narrica en unas cazuelas y calderas grandes, desde las cuales se vaciaban en unos cartuchos largos.
De estos se valian para incendiar las casas con una prontitud asombrosa, y se propagaba el fuego con una explosión instantánea. Al ver estos destructores artificios, al experimentar inútiles todos los esfuerzos hechos para salvar las casas (despues de perdidos todos los muebles, efectos y alhajas), varias personas que habian permanecido en la ciudad con dicho objeto, tuvieron que abandonarla, mirando con dolor la extraordinaria rapidez con que las llamas devoraban tantos y tan hermosos edificios.
De este modo ha perecido la ciudad de San Sebastián. De 600 y mas casas que contaba dentro de sus murallas, solo existen 36, con la particularidad de que casi todas las que se han salvado están contiguas al castillo que ocupaban los enemígos, habiéndose retirado a él todos mucho antes que principiase el incendio.
Tampoco se comunicó éste a las dos parroquias, pues que servian de hospitales y cuarteles a los conquistadores, teniendo igual destino y el de alojamientos la hilera de casas preservadas según se ha expresado en la calle de la Trinidad al pié del Castillo. Todo lo demás ha sido devorado por las llamas. Las mas de las casas que componían esta desdichada ciudad, eran de tres y cuatro altos pisos, muchas suntuosísimas y casí todas muy costosas.
La consistorial era magnífica, lindísima la Plaza nueva, y ahora causa horror su vista. No menos lastimoso espectáculo presenta el resto de la ciudad. Ruinas, escombros, balcones que cuelgan, piedras que se desencajan, paredes al desplomarse, he aquí lo que resta de una plaza de comercio que vivificaba a todo el pais comarcano, de una población agradable que atraia a los forasteros.
El saqueo y los demás excesos rápidamente mencionados, aunque tan horrorosos, no hubieran llevado al colmo la desesperación, si el incendio no hubiera completado los males, dejando a mas de 1.500 familias sin asilo, sin subsistencia, y arrastrando una vida tan miserable que casi fuera preferible la muerte.
Los artesanos se ven sin pan, los comerciantes arruinados, los propietarios perdidos. Todo se robó o se quemó, todo pereció para ellos. Efectos, alhajas, muebles, mercaderias, almacenes riquisimos, tiendas bien surtidas fueron presa o de una rapacidad insaciable o de la violencia de las llamas.
En fin, nada se ha salvado, pues aun los edificios se han destruido. San Sebástián, tan conocida por sus relaciones comerciales en ambos hemisferios, San Sebastián, que era el alma de esta provincia, ya no existe. Excede de 100 millones de reales el valor de las pérdidas que han sufrido sus habitantes, y este golpe funesto se hará sentir en toda la monarquia española e influirá en el comercio con otros paises.
Mas no es esto todo. No solo se han perdido todas las existencias sino que padecerán aún los tristes residuos de las fortunas de los comerciantes y propietarios con la quema de sus papeles y documentos.
Todos los registros públicos, escrituras y documentos que encerraban las diez numeiras de la ciudad, los que se custodiaban en su antiguo y precioso archivo y el del ilustre Consulado, cuantos contenian los de los particulares, los libros y papeles de los Comerciantes los libros parroqu!ales, todo, todo se ha reducido a cenizas; y ¿quién, puede calcular las consecuencias funestas que puede producir una cosa así.
¡Victimas inocentes dignas de suerte menos lastimosa! ¡Víctimas antes de la tiranía francesa y ahora de una rapacidad sin par! ¡Rapacidad que no contenta con la expoliación total que se ha indicado, revolvia los escombros todavia calientes, para ver si algo encontraba entre ellos! ¡Rapacidad que no ha perdonado a efectos desenterrados, y que a los 24 días despues del asalto se ejercía en materias poco aprecíables!
Infelicísima ciudad, lustre y honor de la Guipúzcoa, madre fecunda de hitos esclarecidos en las armas y en las letras, que has producido tantos defensores, que has hecho tantos servicios a la patria ¿Podías esperar tan cruel y espantosa destrucción en el momento mismo en el que creiste ver asegurada tu dicha y prosperidad?
¿En este instante que con increible constancia y con extraordinaria fidelidad lo miraste siempre como término de tus males, y de cuya llegada nunca dudaste a pesar de tu situación geográfica y a pesar también de todas las tramas de nuestros implacables enemigos? ¿Tu que distes muestras públicas, nada equívocas y sin duda imprudentes de tu exaltado amor a tu rey y de tu alto desprecío al intruso, cuando en 8 de Julio de 1808 paseó éste sus calles y se aposentó en tu recinto: muestras tales que obligaron al sufrido José a manifestar a uno de los alcaldes la sorpresa que le había cáusado, pudiste pensar que al cabo de cinco años de opresión, vejaciones y penas, serías destruida por aquellas mismas manos que esperabas rompiesen tus cadenas?
Cuan pesadas hayan sido estas no hay que ponderarlo, cuando con aquellas primeras demostraciones diste a los franceses pretexto para agravarlas más y más y cuando con tu constante adhesión a la justisima causa nacional manifestada a pesar de las bayonetas que te oprimían, ocasionaste que fuesen castigados con contribuciones extraordinarias, con prisiones y deportaciones a Francia muchos de tus vecinos. ¿Y podías esperar que el premio de tan acrisolada fidelidad sería tu destrucción?
Pero ni esto ha bastado para entibiar en lo mas minimo tu entusiasmo. Entre esas humeantes ruinas, sobre esos escombros has proclamado con júbilo, has jurado con ansia la inestimable Constitución politica de la monarquía española, concurriendo tus más principales vecinos, dispersos en varíos pueblos a tan solenmes actos.
¡Espectáculo único en el mundo, que suspendiendo el curso de las lágrimas amargas que arrancaba la vista de tantos lastimosos objetos, daba lugar en aquellos patrióticos corazones a impresiones más halagüeñas, haciendo formar en un obscuro porvenir esperanzas que sirven de lenitivo a sus males! Tus ciudadanos se unen más íntimamente a la gran masa nacional, y se felicítan de haber salído de la opresión enemiga aunque sea de una manera tan dolorosa. Ellos en su prímera representación a los duques de Ciudad Rodrigo han dicho estas memorables palabras:
«Si nuevos sacríficios fuesen posibles y necesarios no se vacilaría un momento en resignarse a ellos. Finalmente, si la combinación de las operaciones milítares, o la seguridad del territorío español lo exigiese, que renunciásemos por algún tiempo o para siempre a la dulce esperanza de ver reedificada y restablecida nuestra ciudad, nuestra conformidad sería unánime; mayormente, si como es justo, nuestras pérdidas fuesen soportadas a prorrata entre todos nuestros compatriotas de la península y Ultramar».
Inclita nación española, a la que nos gloriamos de pertenecer, he aqui cuales han sido siempre y cuales son ahora nuestros sentimientos; y he aquí también una relación fiel de todas las ocurrencias de nuestra desgraciada ciudad.
Cuantas aserciones van estampadas son conformes a la más exacta verdad y de ellas respondemos con nuestras cabezas todos los vecinos de San Sebastián que abaxo firmamos.
Enero 16 de mil ochocientos y catorce.
Pedro Oregorio dE Iturbe, alcalde,- Pedro José de BeIdarrain, Miguel de Gascue, Manuel Joaquín de Alcain, José Luis de Bidaiurreta, José Diego de Eleizegui, Domingo de Olasagasti, José Joaquín de Almorza; José María de Echenique, regidores.- Antonio de Arruabarrena, Juan Asencio de Chonoco, prcuradores síndicos.- Pedro Ignacio de Olañeta, tesorero.- Por el Ayuntamiento constitucional, su secretario, José Joaquín de Arizmendi.
Vicente Andres de Oyanarte, Vicario, Joaquin Antonio de Aramburu, prior del Cabildo eclesiástico, Dr. José Benito de Camino, José de Landeribar, Miguel de Espilla; Antonio María de Iturralde, Tomás de Garagorri, José Domingo de Alcayn, presbíteros beneficiados.- Por el M. I. prior y Cabildo eclesiástico de las iglesias parroquiales de dicha ciudad de San Sebastián, su secretario Manuel Francisco de Soraiz.
Joaquín Luis de Bermingham, prior, Bartolomé de Olózaga, José Antonio de Elizegui, cónsules.- José María de Eceiza, sindico.- Por el mismo ilustre consulado, su secretario Juan Domingo de Galardi.
José Maria de Bigas, Juan José de Burga, José Ramón Echenique, Benito de Mecoleta, Ramón de Chonoco, José de Sarasola, presbíteros. Juan Bautista Zozaya, Ramón Labroche José Ignacio Sagasti, José Santiago Claesens, Dr. Ibaet, Manuel Brunet, Manuel Sagasti, José María Garaioa, José María Estibaus, Elías Legarda, José Antonio Irizar, Esteban Recalde, Manuel Barasiarte, Cayetano Sasoeta, José Francisco Echanique, Bautista Elola, Antonio Aguirre, Manuel Urrozola, Bautista Carrera, Antonio Zubeldia, Ignacio Inciarte, Joaquín Jáuregui, Andrés Indart, Angel Irraramendi, José Antnio Azpiazu, José Manuel Otálara, Martín José Echave, Joaquín Vicuña, Bautista Muñoa, Joaquín Mendiri, Miguel Arregui, Manuel Lardizabal, Gil Alcain, piego Cortadi, Antonio Lozano, Sebastián Ignacio Alzate.
Antonio Goñi, J. Antonio Zinza, Miguel Borne, José Echeandía, José Manuel Echeverría, José María Olañeta, Juan José Camino, Miguel Gamboa, Luis Arrillaga, Joaquín Galán, Agustín Cilveti, Gerónimo Carrera, Juan José Añorga, Francisco Olasagasti, José Martirena, Tomás Arsuaga, Juan Antonio Zavala, José Francisco Oteagui, Gervasio Arregui, Joaquín Lardizabal, José Urrutia, Pedro fuentes, Cornelio Miramon, Bernardo Galán, Cristobal Lecumberri, Sebastián Olasagasti, José Meudizabal, Manuel Caragarza, José Ibarguren, Agustin Anabitarte, Vicente Ibarburu, Antonio Esnaola, Pedro Albeniz, Vicente Echegaray, Nicolás Tastet, José Camino, Sebastián Iradi, José Alzate, Salvador Cortaverría, José Ignacio Bidaurre, Pedro Martin, Manuel Riera.
Mariano Ubillos, Joaquín María Jun-Ibarbia, José Antonio Parraga, Francisco Barandiaran, Juan Bautista Goñi, José Manuel Collado, Pedro Arizmendi, José Arizmendi, José Olorreaga, Domingo Conde, José Antonio Fernández, Juan Campion, Juan José de Aramburu, Juan Martín Olaiz, Miguel Miner, José Echeverría, Miguel María Aranalde, Manuel Gogorza, Jerónimo ZidaJzeta, Juan Antonia Díaz, Joaquín Vicente Echagüe, José Cayetano Collado, Francisco Borja Larreandi, Francisco Xavier Larreandi, Rafael Ben goechéa, Miguel Antonio Bengoechea, Miguel Juan Barcáiztegui.
José Antonio CarIes, José María de Leizaur, Máximo Gainza, Domingo Echeave; Juan Bautista Iregui, Francisco Campion, Miguel Vicente Aloran, Vicente María Diago, Francisco Ignacio UbilLos, Pedro Ignacio de Lasa, Vicente María Irulegui, Vicente Legar. da, Tomás Vicente Brevilla, Donato Segurola, Bernardo Antonio Morlans, Angel Llanos, Miguel José Zunzarren, José Joaquin Mendia, Eugenio Garcia, Juan Antonio Alberdi, Romualdo Zornoz, Miguel Urtesabel, Antonio Zornoz, Juan Nicolás Galarmendi, José Vicente Aguirre Miramon, Fermin francisco Garaycoechea, Joaquín Jun-Ibarbia,José Mateo Abalia, Manuel Eraña, Martin Antonio Arizmendi, José Marcial Echavarría, José Lasa, Vícente Alberto Olascuaga, Vicente Conde, Eusebio Arreche, José Antonio Eizmendi José Miguel Bidaurreta, José Joaquín Iradi>>
¿Quién destruyó San Sebastian? Juan Bautista Olaechea. 1973. Página 80.
atzoatzokoa.gipuzkoakultura.net/c152f24/index.php
¿Quién destruyó San Sebastian? Juan Bautista Olaechea. 1973. Página 80.
3.- Primer suplemento (16-2-1814) al manifiesto publicado el 16 de enero último por el Ayuntamiento Constitucional, corporaciones y vecinos de la ciudad de San Sebastián.
San Sebastián 16 de febrero de 1814.
¨La ciudad de san Sebastián con los tres cuerpos principales que la constituyen y un gran número de vecinos de ella publicó el día 16 del mes de enero último un manifiesto sobre la conducta de nuestros aliados el día del asalto de la plaza y siguientes.
Resta ahora el instruir al público de la conducta que ha observado la ciudad después de la gran catástrofe acaecida en ella. Muy aciagos fueron para los habitantes de San Sebastián el día 31 de agosto y los primeros del mes de septiembre y no lo han sido menos para un corazón sensible los posteriores.
La ciudad no debía esperar que fuesen peor tratados sus habitantes a resultas del asalto de la plaza de lo que hubieran sido en igual caso los de una ciudad británica y mucho menos el que después de tan funesto accidente sus víctimas fuesen abandonadas a su infeliz suerte y aun insultado su honor.
A la ciudad se acusa por algunos de sus apasionados de apática e indolente por el profundo silencio que ha observado durante más de cuatro meses, al mismo tiempo que otros mal instruídos, o mal intencionados atribuyen su moderación a causas muy contrarias a las que la han dictado.
El Ayuntamiento Constitucional de la ciudad ha resuelto satisfacer a los primeros y confundir a los últimos con la publicación de las piezas adjuntas señaladas con el nº 1 hasta el 10 inclusive.
El público en vista del manifiesto publicado el 16 de enero y los documentos adicionales que van a continuación sabrá graduar según lo dicta la justicia, el proceder de nuestros aliados y la conducta de esta infeliz ciudad y de sus representantes.
San Sebastián 16 de enero de 1814.
Pedro Gregorio Iturbe. Miguel de Gascue. Manuel Joaquín de Alcain. Jose Luis de Vidaurreta. José Diego de Elcicegui. Domingo de Olasagasti. Antonio Arruabarrena. José María de Echanique. (En el impreso figuran además Pedro José de Baldarrain y José Joaquín de Almorza, cuyas firmas faltan en el original). Por acuerdo del Ayntamiento constitucional su secretario José Joaquín de Arizmendi”.
*
Los documentos copiados son:
Nº 1. Representación a Wellington 8 septiembre 1813.
Nº 2. Representación a Wellington 12 septiembre 1813.
Nº 3. Respuesta de Wellington 15 septiembre 1813.
Nº 4. Respuesta de Wellington 18 septiembre 1813.
Nº 5. Representación a Wellington 15 octubre 1813.
Nº 6. Respuesta de Wellington 2 de noviembre 1813.
Nº 7. Representación a Wellington 2 de noviembre 1813.
Nº 8. Representación a la Regencia 18 de diciembre de 1813.
Nº 9. Representación a la Regencia 5 de febrero de 1814.
Nº 10. Representación a la Regencia 20 de febrero de 1814.
(A. M., Sec E, Neg. 5, Ser. III, Lib. 2, Exp. 4; A. H. N. Consejos, Leg. 3485, Pieza nº 1, Fols. 5 a 14.- Gómez de Arteche, ob. cit. XIII, 509). Historia de la reconstrucción de San Sebastián, Miguel Artola, 1963. (Pág. 102)
XXII
Ayuntamiento a la Regencia
San Sebastián 5 de febrero de 1814.
“Serenísimo Señor. El Ayuntamiento constitucional de la ciudad de San Sebastián reclama con la debida sumisión la justicia de V. A. en desagravio de sus honor ultrajado.
La conducta de nuestros aliados el día del asalto y los sucesivos fue la más horrorosa de que hay noticia en la historia moderna. la moderación de los representantes de la ciudad y el sufrimiento de sus habitantes abandonados a la miseria durante cerca de cinco meses sin socorro ni alivio, son una prueba nada equívoca de sus inalterable patriotismo.
Las circunstancias eran críticas, importaba más que nunca el conservar la reputación de las tropas aliadas bajo de todos los aspectos. San Sebastián disimuló sus resentimientos y se limitó a implorar la protección del Excmo. Sr. duque de Ciudad Rodrigo en favor de las víctimas de tan funesto accidente a cuya resultas han muerto ya más de 1.200 personas.
Por razones políticas sin duda, que no puede penetrar el reclamante, el Sr. Lord duque miró con indiferencia nuestras desgracias y aún insinuó en su último oficio a los comisionados de la ciudad, que deseaba nose volviese a recurrir a S. E. sobre este asunto. la ciudad entonces sin manifestar al público sus justas quejas solicitó un despacho del Juez de primera instancia de esta provincia para la comprobación completa de todos los acaecimientos.
Muy adelantada astaba la información en su razón, cuando hubo de suspenderse con la noticia de que V. A. había ordenado en 19 de octubre último al jefe político de esta provincia que enviase un comisionado a esta ciudad para el mismo efecto y de oficio. Empezó a recibirse esta nueva prueba y se continuó algunos días aunque con lentitud, a causa de haber sobrevenido una indisposición al comisionado hasta que V. A. tuvo a bien mandar que se la remitiese original en el estado en que se hallase.
El Ayuntamiento concibió desde luego las más lisonjeras esperanzas de esta resolución y no vaciló un momento en dirigir a S. A. con fecha de 18 de diciembre último una representación sobre lo ocurrido el día del asalto y sucesivos y la información original recibida a su instancia, en atención a que consideraba aún incompleta la recibida de oficio. Tal es la confianza que inspira a los verdaderos españoles un gobierno digno de la heroica nación a que pertenecen.
La ciudad, Serenísimo Sr. no ha conseguido hasta aquí el fruto que debía esperar de su moderación y sufrimiento: la opinión pública vacila o está dividida sobre la verdad de los hechos; algunos periódicos nacionales mal instruídos sin duda, insultan a nuestra desgracia y los de Londres, en particular el “The Pilot” lo atribuye a nuestro crímenes de lesa nación. ¡Impostura atroz que no debería quedar impune en una nación aliada!
El Ayuntamiento en este estado no ha podido prescindir de dar al público una noticia exacta y verídica de todos los acontecimientos. ha publicado en su nombre, en el cabildo eclesiástico, del consulado y de un gran número de los vecinos de la ciudad un manifiesto, en el que se hace relación por menor de los principales hechos y está resuelto a instruir al público del mismo modo de cuanto ocurra relativo a nuestra infeliz situación en lo sucesivo.
Los habitantes de la ciudad todo loa han perdido sólo les resta su honor y hoy tratan de defenderlo con la resolución más enérgica. En la España libre, no sólo el honor de la ciudad, el de la nación entera y aún el decoro de la autoridad suprema de ella, exigen imperiosamente que nuestros justos clamores penetren desde las orillas de Bidasoa hasta las columnas de Hércules y aún a todas las regiones en que el despotismo o la barbarie no obstruya los conductos para evitar que resuenen sus ecos.
En este concepto el Ayuntamiento suplica rendidamente a V. A. se digne recibirle bajo su especial protección y acceder en todas sus partes a las solicitudes que tuvo el honor de dirigirle en su representación de 18 de diciembre último, comunicando en caso de que V. A. lo juzgue oportuno o necesario todo el expediente relativo a este asunto o un extracto de él a las Cortes generales del Reino para que S. M. resuelva lo conveniente y no duda que esta justa petición será concedida por S. A. a quien guarde Dios en su mayor grandeza muchos y felices años.
San Sebastián 5 de febrero de 1814.
Serenísimo Sr. -La M. N. y M. L. ciudad de San Sebastián y en su nombre. -Pedro Gregorio de Iturbe. Pedro José de Beldarrain. Miguel de Gascue. Manuel Joaquín de Alcain. José Luis de Bidaurreta. José Diego de Eleizegui. Domingo de Olasagasti. Antonio de Arruabarrena. Por el Ayuntamiento constitucional de la M. N. y M. L. ciudad de San Sebastián su secretario. José Joaquín de Arizmendi.
(A. M. Sec, Neg. 5, Ser. III, lib. 2, Exp. 4).
Historia de la reconstrucción de San Sebastián, Miguel Artola, 1963. (Pág. 103)
XV (Donostia 7 u 8 mil habitantes 31-8-1813, a 300 habitantes octubre de 1813)
Comisionados a Diputación
Usúrbil 11 de octubre 1813
Exmo. Señor:
Con fecha de 30 del mes de septiembre último el Ayuntamiento de la ciudad de San Sebastián representó a V. E. muy por menor el infeliz estado de su corto vecindario, los obstáculos que se hallaban, no solamente para su aumento, sino también para la permanencia de las pocas familias reunidas a contemplar los desastres del infeliz pueblo en que nacieron con la esperanza de la protección de V. E. y la de los socorros de sus compatriotas guipuzcoanos y finalmente pidió a V. E. el corto auxilio de 30 ó 40.000 reales de vellón para atender las primeras urgencias.
Seríamos injustos si acusásemos a V. E. de indiferencia o tibieza sobre la desgraciada suerte de los habitantes de la ciudad de San Sebastián; pero comisionados por ella para todas las reclamaciones en su favor no podemos prescindir de reiterarla con la mayor eficacia todo lo expuesto por el Ayuntamiento a fines del mes de septiembre.
Apenas llegan a 300 los habitantes que hoy existen dentro de la ciudad; tampoco es considerable el número de los que se han establecido por ahora en los pueblos de la provincia; la mayor parte de los que antes del incendio residían en San Sebastián anada errante por los pueblos y caseríos del país; los clamores de los miserables excitan la piedad de las personas a cuyos hogares se acogen, pero los más compasivos sufren una carga pesada que repartida proporcionalmente sería más tolerable y cesaría gradualmente si la pequeña parte de vecinos que se halla reunida entre las ruinas de su patria fuese auxiliada de modo que facilitase su permanencia y aun alentase a los dispersos a una reunión progresiva.
Por desgracia nuestra, son grandes los escollos que hoy se presentan para que pueda realizarse esta lisongera esperanza. La guarnición que existe es la misma que el 30 de septiembre, y hay temores fundados de que se aumente a causa de las muchas obras de fortificación que hay proyectadas; el número de oficiales es cada día mayor y los medios pecuniarios y demás recursos de la ciudad y sus habitantes están tan agotados que debemos considerar casi imposible el que no se vean los pocos vecinos que hoy residen en San Sebastián en la dura necesidad de abandonar enteramente este pueblo, si con prontos y eficaces socorros no se consigue el evitarlo.
Estamos muy penetrados de las difíciles circunstancias en que V. E. se halla; no se nos oculta tampoco el estado de los demás pueblos de esta provincia que sólo comparado con el de San Sebastián puede no graduarse de desgraciado. V. E. debe estar bien convencida de la trscendencia de las calamidades de nuestra ciudad a la suerte futura de los restante de Gupúzcoa y de los que interesa toda esta provincia en el restablecimiento de aquélla; pero aun estas reflexiones son superfluas cuando se dirigen a una autoridad cuyo patriotismo es el agente principal de sus operaciones.
Dígnese pues V. E. atender a nuestras urgencias con los socorros pecuniarios y demás que lo permitan las circunstancias; de representar al Lord Duque a la Regencia del Reino o donde crea oportuno sobre nuestra desgraciada suerte procurando también vencer los obstáculos que se oponen a que San Sebastián se a habitado.
Creemos al mismo tiempo deber hacer presente a V. E. el escandaloso tráfico que se está haciendo no sólo en los puertos de Vizcaya sino también en los de Guipúzcoa y aun en algunos pueblos del interior de esta provincia, con los efectos robados por los aliados en San Sebastián y vendidos a vil precio a una multitud de personas que concurrieron al público mercado o feria que hubo en los primeros días de septiembre en las inmediaciones de aquella ciudad, aumentando este espectáculo el intenso dolor a que estaban entregados sus habitantes.
Vemos con harto rendimiento que las providencias oportunas dictadas por V. E. para la restitución de estos efectos no han tenido resultado que debía esperarse y no dudamos que exortará de nuevo por medio de los párrocos y aun ordenará a las justicias la ejecución de todo lo que crea conducente a este objeto.
Exmo. Sr.
A la disposición de V. E. sus más atentos y rendidos servidores.
Usúrbil 11 de octubre de 1813. Jose Ignacio Sagasti. Joaquín Luis de Berminghan. (A. P., Sec. 1ª, Neg. 22, Leg. 29). Historia de la reconstrucción de San Sebastián, Miguel Artola, 1963. Pág. 95.
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