202 aniversario de la quema de Donostia. Iñaki Egaña. Nabarralde.
Más de dos siglos después, recordamos a nuestras vecinas y vecinos, anónimos y desconocidos con emoción. Con la emoción que nos traslada sentirnos a sólo unos metros de donde vivieron y sufrieron aquella tragedia. De escuchar y transmitir el eco de estas palabras con la misma intensidad que ellos oyeron temerosos el rumor de los cañones. De revivir en nuestra memoria la angustia de su futuro inmediato. El aullido de la guerra. La destrucción.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel 1813, han cruzado más guerras nuestra ciudad. Hemos revivido las tragedias. Ocho generaciones desde entonces, algunas más agraciadas que otras. Aquí estamos, sin embargo, recobrando su presencia, notificando la existencia. Incorporándola al presente.
Porque ese salitre del mar Cantábrico que nos enfunda el semblante, esas gaviotas que revolotean a la llegada de los barcos al puerto, esa perfil que nos cobija desde el Castillo de Urgull, esa brisa que ingresa mañanera desde la Zurriola, ese pasillo azulado por el que desfila el Urumea, es el de siempre. El de entonces y el de ahora.
Porque ese salitre del mar Cantábrico que nos enfunda el semblante, esas gaviotas que revolotean a la llegada de los barcos al puerto, esa perfil que nos cobija desde el Castillo de Urgull, esa brisa que ingresa mañanera desde la Zurriola, ese pasillo azulado por el que desfila el Urumea, es el de siempre. El de entonces y el de ahora.